BIOGRAFIA Y TRAYECTORIA TAURINA

PASCUAL MEZQUITA , UN TORERO CON HISTORIA: BIOGRAFIA Y TRAYECTORIA TAURINA

otras actuaciones

Ondara(Valencia), 12/07/1976.Cuatro toros del Marqués de Bayamo, regulares y dos de Arauz de Robles, uno bueno y otro manso, para Curro Girón, que cortó dos orejas en el primero y silencio en su segundo, Santiago López, cuatro orejas y rabo, sufrió una contusión de caracter leve, y Pascual Mezquita ovación en su primero y silencio en el último.
Zaragoza, 08/06/1971, novillos de Germán Gervás, de Madrid.Tarde espléndida y media entrada, para Pascual Mezquita, silencio en sus dos actuaciones, Julio Robles, silencio y tres avisos y José Ortega, ovación en los dos novillos.
Torremolinos, 18/09/1973.Media entrada.Un novillo de Valderrama y cuatro toros de Soto de la Puente, regulares, para la rejoneadora Antoñita Linares, que cortó dos orejas, Joaquín Bernardó , palmas en su primero y oreja en el segundo de su lote y Pascual Mezquita, vuelta y oreja a los dos novillos de su lote.

BIOGRAFIA Y TRAYECTORIA TAURINA

PASCUAL MEZQUITA , UN TORERO CON HISTORIA: BIOGRAFIA Y TRAYECTORIA TAURINA

Una novillada dificil, en la Maestranza.

19/07/1971.Plaza de la Real Maestranza de Caballería.Seis novillos de don Manuel García Fernández-Palacios, con divisa azul y plata.
Primero.Número 44, "Zalamero", 407 kilos.
Segundo. 2,"Catador", igual peso que el anterior.
Tercero .3, "Habanero", 410 kilos.
Cuarto.76, "Carbonero", 404.
Quinto.92, "Arenero", 432.
Sexto.24,"Cartujano", 380.
Todos de pelo negro, algunos bragados.
Espadas:Alonso Morillo, Pascual Mezquita y Manuel Campos.
Novillos con cuajo, con tipo, con pitones, encomiables por su presencia, por su respeto, mansurrones, iban a los caballos, pero se defendían los más, algunos se salían sueltos o se quitaban el palo.
Pascual Mezquita resultó cogido en el segundo de la tarde. Con el capote ,el debutante jugó los brazos con soltura, y en el último tercio, muletazos prometedores, inquietos por el viento.Al dar un redondo, fue empitonado y derribado.El animal le tiró varios derrotes al diestro caído, quien, con signos visibles de conmoción, pasó a la enfermería en brazos de las asistencias.Presenta herida contusa en la región submaxilar derecha, contusión en el codo derecho con probable fractura de cúpula radial y conmoción cerebral.Pronóstico reservado.No pudo continuar la lidia. Se nos ha dicho que Pascual Mezquita es torero de clase.Esperamos y deseamos comprobarlo en ocasión propicia.
La novillada tuvo un inesperado prólogo pintoresco.Cuando sonaron los clarines para que se diera suelta al primero, parsimonioso, con paso lento, salió al ruedo un paisano, quien no portaba trapo rojo alguno, y tranquilamente se despojó de la chaqueta.Pudo aplazarse la salida del novillo, y el raro espontáneo, ya talludito, fue retirado de la arena y abandonó la plaza, debidamente escoltado con paso vacilante.

Otras grandes actuaciones

En Tarragona, el 13 de junio de 1971, con novillos de Javier Molina, de Sevilla, dieron buen juego.Media entrada.El cartel lo formaban Germán Urueña, dos orejas en su primero, y oreja y dos vueltas en su segundo, Pascual Mezquita, oreja y dos vueltas, y dos vueltas, y Tomás Moreno, dos orejas y rabo, y dos vueltas, en el otro, dos orejas.

En Cenicientos(Madrid), 16/08/89, festival, se lidiaron novillos de hermanos Juárez, que desarrollaron genio. Tres cuartos de entrada.Pascual Mezquita, ovación; Juan Antonio Esplá, dos orejas;Rafael Perea"Boni", palmas; José María Plaza, oreja y el novillero Pablo Saucar" Pirri", dos orejas.


Simancas(Valladolid), 19/03/91.Cinco novillos de diferentes ganaderías.Pascual Mezquita, oreja.Julio Norte, ovación tras dos avisos.Antonio Martín, ovación.Luis Delgado, dos orejas.Julián Guerra, dos orejas y rabo.

Conferencia en La Peña Taurina “El Quite” de Logroño.

Hoy traemos a la palestra la conferencia que Pascual Mezquita magistralmente impartió el día 28 de noviembre de 2009 en el III Ciclo Otoño Cultural Taurino de la Peña "El Quite", en el centro cultural de IberCaja.

La raza como fundamento de la fiesta.



Buenas tardes, señoras y señores.

Es para mí una gran satisfacción participar en este ciclo de conferencias organizadas por la Peña Taurina “El Quite”. Y compartir con ustedes, varios minutos de disertación taurina. Disertación que he elaborado con todo mi cariño y con el deseo y la esperanza de que la misma les pueda resultar, tanto agradable como enriquecedora.

Quiero dar las gracias, en primer lugar, a la junta directiva de esta peña, sobre todo, a Alejandro que amablemente se puso en contacto conmigo ofreciéndome el poder participar en este ciclo. Así como, a todos los socios que componen esta magnífica peña taurina y a todos los asistentes en la sala que han venido a compartir con nosotros esta charla.

Gracias, por concederme el honor y el compromiso de hablar ante ustedes, y también, porque no decirlo, por la valentía que le “han echado” los directivos de la peña al atreverse a invitar, para disertar ante ustedes a una persona tan neófita en estas lides, como es quien les esta hablando.

Y fíjense ustedes, si seré neófito que me he atrevido a titular mi charla: La Raza, como fundamento de la fiesta.

Algunos profesores de la Universidad de Salamanca a los que he hecho partícipes de esta idea, poco menos que se han echado las manos a la cabeza: La Raza, tu sabes lo difícil que es explicar ese concepto, y más en estos momentos tan socialmente susceptibles.
Pero yo, ya le había dado el título a Alejandro y no me iba a volver para atrás. No me parecía de buen torero.

La Real Academia de la Lengua, nos define la palabra “raza” como: Casta o calidad del origen o linaje, y, también, como: el término que se utiliza para clasificar a la humanidad de acuerdo a características físicas y genéticas.
Por lo que si nos acogemos a la calidad del origen y de la genética estaremos hablando, de lo que nos viene de origen y de herencia de nuestros antepasados y que nosotros transmitiremos a nuestros sucesores.
Por otro lado, según los antropólogos, el concepto de raza no resulta particularmente útil desde el punto de vista biológico o sociológico, ya que todas las razas pertenecen a una única especie biológica, el Homo sapiens, y sólo muestran pequeñas variaciones genéticas. Siendo la cultura, nos dicen, la que constituye un factor mucho más importante a la hora de determinar la conducta y estilo de vida de los diferentes grupos humanos.

Pero el concepto de “raza” que nosotros, o yo, más concretamente, voy a manejar aquí es el de la “raza” genética que los pueblos de la península ibérica, hemos heredado de nuestros antepasados, en nuestro carácter, y más en concreto en nuestra apasionada afición a enfrentarnos al toro por medio del valor, del coraje y la audacia, a la cual los profesionales y aficionados taurinos denominamos como “casta” o “raza”. Lo cual podemos comprobar cumplidamente en las innumerables crónicas y opiniones de ilustres críticos y tratadistas taurinos, así como, por las expresiones de los profesionales y aficionados, a lo largo de los dos siglos y medio de existencia del Arte de Torear.
Como esta es una conferencia taurina y está elaborada para aficionados taurinos, es desde este concepto y con esta intención como aquí vamos a tratar de desarrollar el término “raza” y no con ninguna otra significación, de la cual no nos hacemos partícipes.

Como algunos de ustedes ya saben, yo nací en Baracaldo, y vine al mundo en el interior de un bar muy popular del centro de esta localidad, bar que inauguraron mis padres y que era tan popular, que nadie lo llamaba por su nombre, todo el mundo lo llamaba el “bar de los jamones”.
Pues mi padre llegó a vender seis jamones en bocadillos, en un día, a una clientela mayoritariamente obrera que subían después de su trabajo en los Altos Hornos, en la Walko Wilco, la Sefanitro u otras fábricas aledañas, y se comían un richi con una raspa de jamón dentro, acompañado por un par de chiquitos, o de un porrón de clarete o tinto con limonada, al precio de dos reales, o sea, cincuenta céntimos de nuestras añoradas pesetas.

Como mis padres tenían mucho trabajo en el bar, cuando yo cumplí año y medio, y ya con otra hermana a punto de nacer, me mandaron a vivir con mis abuelos al pueblo zamorano de Carbajales de Alba. del que es originaria toda mi familia. Aunque en los veranos volvía a Baracaldo y asistía con mi padre a la Semana Grande, pues, era abonado de la plaza de Vista Alegre. Pero, la primera corrida a la que asistí fue en El Chofre de San Sebastián, donde me llevo mi abuelo Braulio al que yo acompañaba a “tomar las aguas” en el balneario de Cestona.

En Carbajales muchos días después de la escuela, los niños jugábamos al “espanto” que es como llaman en este pueblo, al encierro de los toros por el campo, ya que más que encierro es un desencierro, pues consiste en “espantar” los toros cuando se están aproximando al pueblo, para que cada uno se vaya por donde quiera. La diversión y el mérito está en “recadarlos”, o sea, recogerlos y traerlos a los toriles de la plaza del pueblo, misión, casi siempre imposible y que es causa de problemas con los vecinos de los pueblos colindantes. Esta valentía libre, a la vez que apasionada e irresponsable con la que se vive el “espanto”, es la que nos da muestra del carácter y de la forma de ser y de disfrutar con los toros que tienen los carbajalinos.

Como les decía los muchachos jugábamos a imitar a los mayores, y una vez que habíamos “arrecadado” a los que les tocaba hacer de toro, los íbamos soltando a la plaza para torearlos, banderillearlos y matarlos. Con lo cual unos imitábamos la raza de los toreros y otros embistiendo imitaban la raza y las aviesas reacciones de los toros.

En Carbajales de Alba hay una tradición taurina muy arraigada, pues ha sido, el único, de los pueblos de la comarca zamorana de Alba y Aliste, que ha mantenido esta tradición desde hace más de dos siglos, organizando festejos taurinos en sus fiestas patronales: el 8 y 9 de Septiembre. Capeas típicas a las que acudían todos los aficionados de la comarca, las cuales le daban a este pueblo una gran categoría taurina , sobre todo, al no tener problemas de competencia con los pueblos limítrofes.

El mérito torero para tan apasionados aficionados, era el de “cortar” los toros, y pasárselos cerca y con garbo, “recreándose en la suerte” y, también, el de cogerlos, para meterlos en el toril. La gente se excitaba sobre manera, con las carreras comprometidas, las cogidas, y mucho más si alguien se atrevía a dar un pase, pues, a veces asistía algún maletilla o el “profesional” que firmaba los “papeles”. Yo asistía emocionado a estas capeas desde un balcón de la casa de mi abuelo Eufemio y estaba deseando bajarme a los carros para vivirlo y sentirlo más de cerca, pero la familia nos tenía bien sujetos, porque éramos pequeños y muy traviesos.
Envidiaba a los mozos que eran capaces de tocarles el testuz a los toros, porque eran muy ovacionados y vitoreados y , luego, durante todo el año eran el tema de conversación del pueblo, se les consideraba como unos héroes y como los representantes de la hombría, la valentía y los valores de la raza torera que enaltecían al pueblo, en toda la provincia.

Cuando ya fui niño adolescente, y con las inquietudes propias de ser algo en la vida, aquello me traía muy inquieto, los maletillas, los mozos, los toros, pero yo lo veía como algo inalcanzable, a la vez, que muy humano, por su proximidad, porque eran parte de la exultante y seductora alegría que llenaba toda la plaza, y a continuación todas las calles del pueblo.
Hasta que llegó el día en que me decidí a cortar a un novillo, a ser, también uno de los valientes de Carbajales, a echarle raza y darle uno, dos y hasta tres cortes, acariciándole casi los pitones, por lo que fui vitoreado por amigos y paisanos, en los cuales yo veía reflejado mi orgullo y a los cuales yo me sentía orgulloso de pertenecer y de poner de manifiesto la raza y la casta que caracterizaba a los carbajalinos, ante todos los forasteros que allí acudían.

Estos ejemplos de “raza” de “casta” apasionada y exacerbada, de las gentes de Carbajales, tanto de los que participaban corriendo en la plaza, como de los hombres y, sobre todo, de las mujeres que desde los carros y los balcones animaban y comprometían a los mozos con sus histéricos chillidos. Fue la primera prueba que yo viví, sin siquiera darme cuenta de ello, de la importancia que tiene para los pueblos de España el enfrentamiento valiente del hombre, contra la fuerza aterradora del toro, y como este enfrentamiento, esta demostración de inteligencia y de audacia humanas, están enraizadas en los pueblos hispanos desde nuestra prehistoria.

En mi tesis de grado de doctor, titulada: La formación de los toreros: entorno y ámbito cultural. Incluí una frase de D. José Mª de Cossio plasmada en su magna obra taurina Los Toros. en la que nos dice: Un hecho digno de consideración es el de la vocación torera, que lleva a tantos jóvenes españoles a la lucha durísima y, en una inmensa mayoría de los casos, inútil, de las andanzas toreras. Cierto que es tentadora la facilidad de gloria y riqueza que brinda la profesión y sugestivo el ambiente en que el torero afortunado logra y exhibe su triunfo. Pero no es esto tan sólo. En los torerillos españoles se despierta como un celo y un estímulo, por enfrentarse y medirse con los toros, irreprimibles
En mis investigaciones por encontrar las raíces irreprimibles de este celo y de este estímulo, del origen o las causas de esta “raza” taurina, en la que Don José Mª, no ahonda y nos deja con la interrogante? Me he encontrado que casi todos los autores de las obras en las que se investiga el carácter de los españoles, topan con el problema de la identidad de España como nación.
A mi modo de ver , y perdónenme esta libertad, esto de la identidad nacional es un problema semántico o de planteamiento.

Según la Real Academia Española. Identidad: es el conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás.

Por lo tanto, si tenemos que buscar la identidad nacional, frente a los demás tendremos que buscar los rasgos comunes que nos identifican, lo que nos une, porque si buscamos lo diferente entre nosotros, nos encontraremos que todos los individuos por naturaleza somos distintos. Y, entonces, España, por ejemplo, tendría cuarenta y cinco millones de identidades, y no tendrían razón de ser instituciones sociales como la familia, el pueblo o la provincia. Que se identifican por un cualitativo sentimiento simbólico de unión, y no por una cuantitativa suma de individuos.

Los Toros, bien en corridas o en festejos populares, la afición, y la pasión por ellos es una de las cualidades comunes, que unen a todos los pueblos de España, no hay región ni provincia, sin plaza de toros, donde no se celebren fiestas taurinas en una u otra forma. Las corridas de toros, son nuestra seña de identidad a nivel mundial. Por las que somos distinguidos y conocidos. Las cuales han sido ensalzadas por todos los escritores, historiadores o investigadores extranjeros que han venido a conocerlas en profundidad, y no, así, por los que sólo se quedan en la superficie.

En una reunión de amigos le oí decir a Santiago Martín “El Viti” “donde haya un toro bravo, siempre habrá un hombre dispuesto a enfrentarse a él” El maestro se refería, es obvio el aclararlo, a los conciudadanos españoles.

Una de las razones en las que basa D. José Mª de Cossio, el nacimiento del toreo, como consecuencia del carácter español es: el honor del caballero. Honor que tenía que defender el caballero, cuando perdía un estribo, una joya, el sombrero o cuando su caballo era alcanzado y el caballero era derribado, lo cual se consideraba como el máximo desaire. Ejerciendo lo que, entonces, se llamaba: el “empeño a pie”: El caballero, a pie, debía empuñar la espada y dirigirse al toro donde quiera que estuviera y procurar herirlo. Le servía de defensa la capa que solían echar doblada sobre el brazo para repararse de las embestidas del toro. Toda cuchillada o estocada se daba por buena, graduándose tan sólo su mérito por su eficacia para salvar, así, la afrenta del toro al caballero, con honor, valor, gallardía y nobleza.

Miguel de Cervantes Saavedra una de las figuras fundamentales de la literatura universal, en su novela Don Quijote de la Mancha, ya nos da muestras a finales del siglo XVI de la defensa de este honor caballeresco cuando su ingenioso hidalgo decide por su honor “quedarse quieto” delante de la mesnada de toros y cabestros defendiendo, así, el amor cortés a su idílica y amada Dulcinea, saliendo caballo y caballero por los aires, volteados y maltrechos entre la arrolladora y polvorienta vacada.

Los españoles consideraban, nos dice Cossio, que se trataba de mancha y ofensa que sólo con sangre podía remediarse, y la violencia de tal interpretación obligaba a exponerse al mayor peligro como exhibición de majeza de rompe y rasga, mejor que de verdadero valor, al que mayores causas mueven y obligan. Este empeño fue prohibido en el siglo XVIII por su riesgo. Pero, merece considerarse porque en tal empeño está en germen lo más esencial e importante del toreo a pie que ha de prevalecer y ser la verdadera materia y expresión del arte taurino y el exponente psicológico de esencias características de los españoles refugiadas en el ordenamiento legal del toreo.

Andrés Vázquez, el gran torero zamorano, nos cuenta en su biografía, que la primera vez que se puso delante de una vaca en la plaza de su pueblo, Villalpando, fue para lavar el honor de su familia “Los Marcos” ensuciado por su hermano Juan que cuando vio a la vaca tan de cerca, le pegó tal susto que soltó la muleta sobre los cuernos de la vaca, echo a correr y salto la cancela de la puerta de la taberna. La vaca corrió la plaza con la muleta en los cuernos. La gente abucheaba y se reía, y a mí, con pantalón corto, dice Andrés, me entró coraje. Me sentí en el deber de limpiar la honra de la familia, me tiré del tablao, le arranque de las manos la muleta al “Velas”, me planté delante de la vaca y le di tres pases por alto, intentando imitar a las fotos de Juan Belmonte.
Han sido llevados a cabo muchos trabajos de investigación, por historiadores, antropólogos, etnógrafos y filósofos, para tratar de definir cual es el carácter del pueblo español. Trabajo arduo complicado y que ha suscitado airadas polémicas sobre las tesis de las raíces de los españoles, como las mantenidas por el profesor D. Claudio Sánchez Albornoz y Américo Castro a raíz de las obras de éste –La realidad histórica de España editada en 1954 y -Origen, ser y existir de los españoles- en 1966.

En mis investigaciones sobre este tema no he encontrado el estudio definitivo del carácter español, pero si un interesante trabajo de campo que realizó el antropólogo inglés Julian Pitt Rivers, en el pueblo andaluz de Grazalema, en la sierra de Cádiz, a principios de los años cincuenta. Y aunque la evolución del contexto social pueda haber cambiado, creemos que en esencia sigue siendo la misma.
Nos dice, Pitt Rivers: el carácter del pueblo español es difícil de determinar por sus distintos caracteres, niveles sociales y etnográficos, dependiendo estos de: el barrio, el pueblo, la provincia o la región.
Por un lado, se sigue la tradición del “teatro del honor” y por otro la tradición picaresca.

Una base importante que ha reunido a las culturas regionales es la noción idealista de
“El Destino de España”, y como expresión de esta noción: La Reconquista y la misión de cristianizar al nuevo mundo. Parece que no basta con ser español, hay que justificar el serlo, a diferencia de los demás países. Sin esta ideología de la hispanidad, los españoles no existirían como tales.
Pero hay algo que es más objetivo, incluso más que la cultura española: “una manera de ser”, específicamente española. Es una manera de ser sentida, más que reconocida, sobre todo, por los mismos españoles, que por ser tan evidente no se presta a reflexión, la reconocen más fácilmente los extranjeros.
Pitt Rivers nos la explica de esta forma

El primer asunto de todos los españoles es: enterarse de los asuntos de los demás, y si no revientan. Esta característica se puede apreciar en al arquitectura tradicional de España, sobre todo, en Andalucía, donde el “mirador” –una ventana que sobresale 30 ctms. de la fachada- permite a la persona sentada en ella una perfecta visión de toda la calle.

El español sabe mentir como nadie, porque tiene un afán terrible por conocer la verdad, sabe mentir para respetar, para esconder la verdad cuando no conviene decirla.
“Mi verdad”, piensa, no es para repartirla por ahí, sino para compartir con los que la merecen, es mi tesoro.

Una consciencia de la realidad de los demás y de su relación con ellos es la vida misma del español. Sabe que no existimos sino en los ojos ajenos.

El lema del teatro del honor permanece todavía verosímil en la vida cotidiana actual; “El honor es la vida, la vergüenza: la muerte” implica una consciencia de si mismo distinta de la que tienen los demás pueblos. “Soy quien soy” dice el hombre de honor, pero sabe que no es más de lo que los demás quieren admitir que es.

Esta intensidad de la vida social en España, según Pitt Rivers, es la base del encanto que ha ejercido tanta influencia en los extranjeros. La necesidad de información y de seguir la evolución de la red de relaciones personales es la preocupación diaria del español.
Por eso, cada casa de Grazalema tenía que mandar una chica, cada día, a lavar ropa al lavadero para recoger las últimas noticias (con el resultado afortunado de que este es el campesinado más limpio de Europa)

Al inglés, que le gusta pasear, se pasea solo por el campo, comulgando con la naturaleza. El español en cambio, en la plaza de su pueblo cuando está llena de gente.

Intensidad social que se puede ver reflejada en las fiestas locales, donde se gastan todos los ahorros de los ayuntamientos, en celebraciones religiosas y paganas: Semana Santa, el Carnaval, donde el saber quién es quién, es una de sus mayores satisfacciones, así como, el manejar las amistades y observar el manejo de las de los demás.
Lo cual explica su hospitalidad con los extranjeros, pero no por el interés en conocer sus países, sino porque el extranjero exprese su admiración maravillada por todo lo que ve, y aumente así el prestigio de sus anfitriones. No por devolverle la visita, donde no van a conocer a nadie y sólo se van a aburrir.

El español es sociocéntrico, aún en el campo es un hombre de asfalto. No tiene miedo más que a aburrirse por falta de “vida”, es decir, de gente conocida. De ahí la importancia enorme de su concepto de “pueblo”, de comunidad. Que es la cualidad que falta hoy en la vida fuera de España. Para el español los otros son la vida y mientras más gente mejor. En cuanto pueda económicamente, se irá de las poblaciones pequeñas a las más grandes “donde haya más vida”.

Este afán por la compañía humana, tendrá una compatibilidad sin descanso, una ansiedad por ser apreciada en su justo valor, combinada con la determinación de utilizar su gracia, sus virtudes, para asegurar que lo es. Tendrá ese orgullo, para no ser menospreciado ni un solo instante.

Esta intensidad de la vida social, característica de la sociabilidad española y clave del carácter nacional, es responsable no sólo de todo lo que venimos apuntando, sino que nos lleva a nuestra definición final: el “ser más”...ser español es el grado extremo de la condición humana. Los españoles en si mismos no son tan distintos del resto de la humanidad, sino que siempre quieren ser más...sea en lo que sea.

Es decir, si son alegres son los más alegres y sus juergas son las más sublimes; si son tristes son los más trágicos y los más dignos en su tragedia. Si son simpáticos son los que más, y su simpatía penetra como el láser, pero si son antipáticos son los más pomposos e insensibles que uno puede imaginar. Si son generosos se sacrifican más porque sacrificarse es deshacerse de lo suyo para obtener la gracia: esa virtud personal, esa dignidad moral, en la que intercambian el “haber” por el “ser”

Esta ambición del carácter español por ser “más” socialmente, a que nos ha llevado este magnífico trabajo de Pitt Rivers. Este “querer ser” más, es la motivación anímico-social que mueve a los españoles a embarcarse en arriesgadas aventuras y negocios para conseguir su triunfo y su realización, tanto social como personal.
Y en ella encontramos el fundamento ontológico y antropológico del muchacho que quiere ser torero, del que quiere “ser más”, del que quiere “ser alguien” en el mundo del toro.

Cuando yo quería ser torero, durante todos estos años, yo no sabía, ni nadie me lo dijo, que Alfonso X el Sabio, en el siglo XIII en sus partidas, dedicaba oprobios a los que mataban toros por dinero: los mata-toros, o que antes, en el año 1.080, Alfonso VI, ya había dictado, en el fuero de Zamora, una normativa de conducta para correr los toros, ni sabía de los alanceamientos a los toros por el emperador Carlos V o por su hijo Felipe II u otros reyes y nobles, tanto del medievo como de la Edad Moderna.

Tampoco sabía yo, entonces, que los españoles fueron el único pueblo de toda Europa y de África que conservó y seleccionó el toro bravo. O que los toreros habían surgido de los mataderos, ni había oído hablar de Pedro Romero, de Cúchares o de Lagartijo, ni que la Universidad de Salamanca, fundada en 1218, fue centro y baluarte de la cultura occidental europea. Si sabía que en el Imperio de Felipe II nunca se ponía el sol, eso si lo supe porque nos lo enseñaban en la escuela, pero entonces, yo no le daba ninguna importancia a esas cosas que tanto nos inculcaban los maestros.

Cuando dejé mis estudios, mi padre me puso a trabajar en la salchichería y en una pequeña bodega que esta tenía, intentaba yo imitar a Joselito “El Gallo” a Belmonte, a Domingo Ortega, a Manolete o al “Viti”, con una pequeña muleta que me había fabricado yo mismo con un retal de franela, y fijándome en unas fotos muy características de estos maestros que venían en una página del Digame, sin saber, tampoco, lo que habían significado Joselito y Belmonte en el toreo, o la importancia de las otras figuras que marcaron época con sus estilos.

Pero yo era, y soy, consecuencia y producto de esta sociedad, de este pueblo, y lo mismo que los demás chavales que queríamos ser toreros, llevamos en nuestra sangre o en nuestros genes el carácter y la “raza”, en su más amplio sentido, de los hombres y los pueblos de la Península ibérica, creadores de la corrida y del toro bravo, del que habían hecho el antagonista ideal para su divertimento y confrontación, llegando a convertir tal espectáculo en uno de las más bellas y auténticas expresiones del genio humano.

“Raza” que muchos toreros de dinastía han heredado de sus antecesores. Como podemos ver en una preciosa y, única, autobiografía de Manolete, por estar hecha, en vida de éste, y que le realizó en México, el periodista exiliado Antonio de la Villa. En la cual Manolete, nos confiesa que siendo niño no tiene la menor idea de que sintiera un solo estímulo por torear. Y luego dice: “el héroe en la vida sólo responde a las circunstancias: Si yo en mi casa hubiera tenido las comodidades y el desahogo de los niños pudientes, otra cosa hubiera sido. pero me ocurrió lo que al predestinado triste, que tiene en su sangre la enfermedad dormida; en mi sangre había ese virus torero, que empieza en mi tío-abuelo, sigue en sus hijos, deriva hacia mi padre y estalla en mí como algo de lo que no podía librarme.
U otra referencia, en la que Machaquito le dijo a “Guerrita” que Rafael Ortega “Gallito”, nieto de su compadre Fernando el Gallo, toreaba mejor de lo que él se podía figurar. A lo que “El Guerra” contestó: “Claro, con la raza que trae no es para menos”
Cuando yo empezaba a querer ser torero, actuaba impulsado por esa “raza” que me habían transmitido mis generaciones anteriores, por ese “querer ser”, dentro de mi grupo social, de mi familia, de mi ciudad. Por sobresalir y ganarme la vida con una profesión a la que todo el mundo a mi alrededor admiraba, la cual llenaba mis aspiraciones y anhelos de realización personal, ante mi, y ante ese subjetivo fin universal que nos parece tener asignado y que quiere dar justificación a nuestras vidas.

En estas apreciaciones me suele venir a la mente una frase que leí hace varios años del maestro Pepe Luís Vázquez, en la que decía: “yo no me puedo explicar, como podía torear cuando empezaba, si ni tenía, ni conocía, técnica alguna.”

Esa “raza” ese “amor propio”, es el que impulsa y mueve al torero en todas sus acciones tanto dentro como fuera de la plaza. Es la que puede con los innumerables obstáculos que el torero tiene que superar a lo largo de su carrera, ya sea esta triunfal o de eterna lucha. En la primera para mantener su nivel de figura del toreo todas las tardes del año, durante muchas temporadas y ante infinidad de toros totalmente diferentes y siempre peligrosos, ante la competencia tremenda de sus compañeros de cartel, ante las exigencias legítimas del público, y sobre todo, ante sus propias debilidades a las que en todo momento tiene que vencer y no darles opción a que aparezcan.

“Raza”, también necesaria cuando se torea poco, para aguantar las interminables esperas y las muchas soledades, en esa lucha por conseguir que te pongan a torear, sin dejar de estar preparado día tras día, con una ilusión, que muchas veces es únicamente personal, luchando continuamente para subsistir con la dignidad de un matador de toros, sin medios económicos ni morales en los que apoyarte, más que en los de tu tremenda afición.
Estas situaciones difíciles que, normalmente, son las que menos se ven, son las que más abundan en el mundo del toro, sobre todo, en los grandes centros taurinos, como Madrid, Sevilla, Valencia, Albacete, Salamanca, entre otros.

Cuando algún matador, debido a estas difíciles circunstancias, se ha cambiado a las filas de los banderilleros, desde siempre vengo oyendo decir, alabando esta decisión a taurinos y cronistas en sus emisiones radiofónicas: “ese hombre tiene la cabeza muy bien amueblada”. Y yo como torero les digo “la cabeza la tendrá muy bien amueblada, pero el corazón lo tiene destrozado.”

Ya sabemos, que cuando las cosas se ponen “complicadas” en el mundo del toro es muy difícil aguantar los duros embates de la necesidad subsistencial y, sobre todo si detrás de ti, existen ya una esposa y unos hijos. Por eso yo desde aquí quiero rendir un homenaje a esos matadores que sufren la peor cornada que te pueden dar los toros que es la cornada en el alma de “no torear” o de “torear muy poco”, lo cual lleva a estos toreros a un introvertido y melancólico carácter, producto de esa fuerte lucha sin ninguna recompensa, para la cual es necesario tener una entereza y una hombría poco comunes, en aras de mantener con dignidad la ilusión, el tipo y la categoría de matador de toros.

Porque “ser” matador de toros es un honor, un orgullo y un “compromiso” social que hay que “sentirlo” “vivirlo” y llevarlo con elegancia y señorío. Y lo mismo que en la plaza se muere de verdad y las cogidas y los fuertes golpes y porrazos, duelen de verdad y dejan sus secuelas. En la vida cotidiana los problemas de la subsistencia y los disgustos que le ocasiona al torero el no torear, también son de verdad y pueden llevar a consecuencias personales muy dolorosas. Por eso para “ser” y para “sentirse” matador de toros en esas circunstancias es necesario tener una fuerza interior y un amor propio, muy grandes, luchando, siempre, en pos de alcanzar ese triunfo ese querer “ser, alguien” en el mundo del toro, como tantos ejemplos ha habido a lo largo de la historia del toreo.

No quisiera que se mal interpretaran mis palabras, en detrimento de los hombres que tienen que tomar la dura decisión de hacerse banderilleros. Sino que, muy al contrario, lo que quiero decir, es que en esa decisión motivada por las circunstancias, no sólo cuenta el sentido del “logos” de la razón, sino que cuenta y con mucha más fuerza el del “sentimiento” de tu alma, el de tener que abandonar lo que tu quieres, por lo que tu vives, tu pasión, tu razón de “ser”, que es una razón muy distinta a la razón de “tener”. Para lo cual, hace falta, también, mucha “raza”, esa “raza” del hombre que sabe perder su sueño más vital, para poder seguir viviendo sin dejar de hacer lo que más le gusta, sin dejar de seguir: “siendo torero”.

Vamos a cambiar de tercio y vamos a analizar otro concepto del toreo y del torero.

El torero es un hombre de acción, no es un hombre de reflexión. Sobre el toreo podemos escribir, hablar, reflexionar, polemizar o crear simbólicas metáforas en las que la materia se funde con el espíritu... y esta comunión nos regresa, a través del toro, a nuestros orígenes naturales: al campo, a la tierra, y nos trasciende y nos concilia con el orden universal y con ese fin ontológico y de eternidad cósmica.

¡Señores aficionados!

Cuando el toro sale por la puerta de chiqueros, con esos pitones desafiantes y esos pechos tan voluminosos y potentes, que sólo con su resoplar asusta y que el choque de sus pezuñas en la arena nos hiere en la cara con sus chinas.
El torero, cargado de responsabilidad y ante la tremenda papeleta que tiene por delante, no está ni para apacibles reflexiones, ni para especulativas divagaciones. El problema hay que resolverlo, ipso-facto, es decir, en el acto, el toro no da respiros, y esto sólo se puede superar, con la decisión y el coraje, o sea, con la “raza” y el amor propio del que están poseídos los hombres que se visten de luces, para hacerle frente a un enemigo tan peligroso y violento y demostrar a sus congéneres hasta donde puede llegar la capacidad física y mental del ser humano cuando está impulsada por esa energía vital del que “quiere ser”, del que “quiere ser más” todavía, exprimiendo hasta sus máximas consecuencias sus potenciales aptitudes.

Por ello, señores aficionados, en mi opinión, debemos distinguir entre lo que es la reflexión y lo que es la acción en el toreo. Porque entre ellas hay un abismo, un abismo en el que se encuentran la violencia, la fiereza y el peligro del toro, de los que en nuestras apasionadas discusiones nos solemos olvidar.

Los toreros cuando hablamos de toros nunca somos categóricos, siempre decimos: “a mi me parece...”, “yo creo...”, porque aunque estemos fuera de la plaza, sentimos y sabemos del peligro y de las inciertas reacciones del toro. Cualquier fallo, cualquier equivocación, nos desluce el pase, nos estropea la faena, nos arruina las ilusiones o nos puede costar un disgusto. Y esto, ni nuestra mente, ni nuestro instinto se lo pueden permitir.

Sensación que aficionados y críticos no suelen tener en cuentan en sus opiniones, y que, a mi modo de ver, los aleja, en sus apreciaciones, de la auténtica realidad. Aunque, este hablar sin sensación de peligro, pueda contribuir, a su vez, al fomento de muchas de sus y apasionadas y prolongadas discusiones.





El Toro.

A continuación, voy a hablar de la “raza” que, semánticamente, consideramos la auténtica, la raza del toro bravo, al no contar con los prejuicios sociales implícitos en la raza humana. Y hablo desde sus dos acepciones: la de raza como concepto de herencia de los caracteres diferenciales en que se subdividen algunas especies biológicas. Y la otra, la de la “raza” que nosotros le exigimos al toro bravo y de la cual ha sido el hombre español su creador y su modelador. Y no digo lo de creador en vano, aunque los anteriores ancestros del toro: “el Auroch”, “el bos Primigenius” “el uro”, ya contaran con la acometividad violenta que caracteriza a esta especie.
Pero la “raza” a la que nos referimos, y que es imprescindible para llevar a cabo el Arte de torear, esa raza, única, del toro bravo, ha sido creada por el hombre, por los ganaderos de toros bravos, que a través de muchos años de selección y de cuidados, han sabido dotar al toro de una bravura excepcional conjugada con una dosis de nobleza, que han hecho de esta especie, una especie, única, en toda la fauna mundial, y que ha sido la razón del divertimento del hombre español a lo largo de su historia y, sobre todo, de la evolución de su máxima expresión artístico taurina: el Arte del Toreo.

Llevo bastante tiempo tratando de encontrarle una explicación científica a la nobleza del toro, a esa cualidad única en toda la fauna. Explicación que hasta ahora no he logrado conseguir de ganaderos, veterinarios, o tratadistas.
Solamente me puedo apoyar, sin ninguna base etiológica, en una apreciación que hace don José Mª de Cossio, el cual la basa en el exceso de casta o de “raza” de los toros. Pero este exceso de casta o de fiereza en los animales salvajes es utilizada por estos para defenderse o atacar hasta la muerte, el toro, sin embargo, la utiliza para embestir incansable y noblemente a los engaños y no la convierte en esa fiereza asesina.

A esta hipótesis del exceso de raza, en mi opinión, creo que todavía le quedan muchas interrogantes y aunque, por ahora, no les puedo dar la explicación definitiva sobre la nobleza del toro. Seguiré investigando ya que es un tema que me incita a su esclarecimiento y sobre el que un día me gustaría disertar.

Estas dos cualidades: la bravura y la nobleza del toro son equiparables con las actitudes y las aptitudes, necesarias en el torero con: el querer, y el poder.
Por lo que la corrida, a mi modo de ver, es la confrontación de estas dos esenciales y homologas cualidades, que son: por un lado la raza o bravura del toro frente al valor y al coraje a la raza del torero. Y por otro lado, la noble y persistente embestida del toro, junto a la entrega y el sentimiento del torero.
Creemos que en el reto de la primera y en la conjunción de la segunda, está la culminación del Arte de Torear. Siempre partiendo de la base del dominio del hombre: de la inteligencia y del valor, sobre la fuerza y la agresividad del toro.
Por que, si la balanza entre la bravura del toro y el coraje del torero se inclina hacia el lado del toro, es muy difícil que el espectáculo tenga la lucidez esperada. Y no así, si es el torero el que somete al toro y crea compás con las embestidas, el sentimiento y el ritmo de su temple.
Tanto el toro auténticamente bravo, como el torero-triunfador, aunque uno pertenezca a la raza del toro de lidia y el otro a la de los toreros, son el ejemplo de su especie y de su profesión y el público los juzgará bajo una misma ética.

Un público que con su tradición es el que ha mantenido y secularizado este espectáculo, a través de la historia, con una afición cimentada en su herencia genética y sustentada, primero: por el sentir, y luego: por el saber, para ser juez y parte de la corrida, juez para saber exigir al toro y al torero, y parte, porque el público es la razón sociológica española de la corrida, sin él, la confrontación entre el arte del torero y la bravura del toro, no tendría ningún sentido.

Señoras y señores, esta es mi hipótesis sobre La Raza, como fundamento de la corrida. La confrontación entre dos razas, la raza del toro y la raza del torero, y en definitiva, la raza del hombre español que ha sido y sigue siendo el autor del espectáculo, del toro, y del Arte de Torear.


Desde su más hondo sentimiento el poeta Miguel Hernández nos dejo escrito:

¿Quién hablo de echar un yugo
Sobre el cuello de esta raza?
¿Quién ha puesto al huracán
jamás ni yugos ni trabas?
¿ni quién al rayo detuvo
prisionero en una jaula?

Hombres que entre las raíces
como raíces gallardas
vais de la vida a la muerte
vais de la nada a la nada

Los bueyes mueren vestidos
de humildad y olor a cuadra
las águilas, los leones
y los toros de arrogancia,
y detrás de ellos el cielo
ni se enturbia, ni se acaba.


Muchas gracias y buenas noches.






Ángel Pascual Mezquita

La cuadrilla del arte

La CUADRILLA DEL ARTE responde a una necesidad de ofrecer un espectáculo taurino lleno de variedad, emoción y vibración. Se creó en la década de los ochenta de la mano de Manolo Chopera, formada por los banderilleros Pepe Ortiz, Curro Álvarez y Manolo Ortiz, así como los picadores Raimundo Rodríguez y Alfonso Rodríguez "El Moro", si bien en los del castoreño hubo algunos cambios, formando parte de la cuadrilla los también banderilleros Honrubia y Eliseo Capilla.

Esta cuadrilla era contratada, en bloque, por Chopera para un matador. Así, han actuado con matadores distintos, entre los que se encontraban Pascual Mezquita, Miguel Márquez, Currillo, Pepe Luis Vargas, Mario Triana,..La cuadrilla del arte , debutó en las ventas el día 6 de abril de 1980, siendo su jefe el matador de toros Pascual Mezquita, con toros de Joaquín Murteira Grave, de Evora (Portugal).En el tercio de banderillas de su matador, los tres banderilleros se quedaban solos en el ruedo y era todo un espectáculo verlos recortar y ponerse unos a otros en suerte al toro, así como arriesgados quites a cuerpo limpio al compañero. Los aficionados están pendientes de las realizaciones de estos picadores y banderilleros de reconocido prestigio, así los dos varilargueros gozan de un excelentísimo palmarés.Ambos han logrado varios años el premio a la mejor vara de la feria de San Isidro.Muy conocidos también del público madrileño son Honrubia, Capilla y Curro Alvarez.Honrubia es la quitaesencia del arte de banderillear.Sus recitales pareando, solo o con Eliseo Capilla, otro de los grandes toreros de plata que dio Valencia. Era Eliseo torero bien distinto a Paco, de más facultades, dueño de un poderoso concepto de lidia que instrumentaba a través de su capote, disciplina que por entonces Paco ya había abandonado abiertamente..Capilla, valenciano como Honrubia, han levantado muchas veces a los espectadores de sus asientos.Con ellos dos en el ruedo aparecía la más encarnizada y sana de las competencias, sin más recompensa que la satisfacción propia y la de sus seguidores, rivalizaban hasta el despropósito de jugarse la vida abiertamente a costa incluso de graver percances